Con demasiada frecuencia se suele recurrir a
la Política como a una especie de cajón de sastre en el que cabe todo y, muy
especialmente, todo aquello que tiene difícil encaje en los comportamientos de
convivencia colectiva habituales. Y no se está desencaminado si, al margen de
las diversas acepciones, concluimos que la “política” es la actividad que se
ocupa de que una sociedad libre, compuesta por hombres y mujeres libres, resuelva
los problemas que le plantea su convivencia colectiva. Por tanto, cualquier
conflicto, cualquier choque de intereses, cualquier litigio entre personas o
instituciones es susceptible de ser tratado como un problema político e
inevitablemente así ha de tratarse. Pero la Política, con mayúsculas y en su
plena dimensión, requiere hombres y mujeres libres, pues en caso contrario
serían los gobernantes quienes resolverían e impondrían a su antojo las
soluciones a los problemas planteados por la convivencia colectiva de sus
súbditos, que no ciudadanos. Hombres y mujeres libres, no en abstracto sino en
concreto, ya que la libertad, como concepto abstracto carece de sentido, y por
ello ha de concretarse en una serie de libertades, concretas y específicas,
libremente acordadas por la mayoría de ciudadanos que libremente se embarcan en
la aventura de compartir un proyecto común de convivencia colectiva, lo que
supone obviamente una serie de derechos y deberes, así como unas reglas de
juego, que todos, absolutamente todos, han de acatar y respetar, como garantía
y seguridad de su convivencia colectiva en libertad, necesariamente limitada. Y
de esta necesidad de mantener la armonía entre sus integrantes nace la Justicia,
como el conjunto de pautas y criterios que ... (sigue leyendo en Blog Ojo crítico, http://jcremadesena.blogspot.com.es/,)
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