Usando términos
religiosos no es descabellado concluir que Cataluña se ha convertido en un
verdadero infierno en el que la convivencia es cada vez más insoportable y
España en un purgatorio en el que se habrá de redimir culpas, que no son pocas,
si finalmente quiere salvarse y alcanzar la gloria de consolidar la Democracia,
hoy seriamente amenazada. Los brotes de extrema violencia que se dan en
Barcelona; el deterioro económico de Cataluña, catalogado hoy como bono basura;
y la quiebra social y política, que divide a los catalanes en dos bandos casi
irreconciliables, no son plagas diabólicas como castigo de los dioses sino
consecuencias lógicas de una errada política perversa durante todos estos años
de Democracia por parte de todos los inquilinos de La Moncloa y todos los del
Palau de la Generalitat que se sintieron muy cómodos alimentando una bicha que
ahora corroe los cimientos de la Democracia y la convivencia pacífica. Cierto
que unos gobernantes, tanto nacionales como territoriales, son más responsables
que otros en este diabólico proceso de radicalismo nacionalista, hoy claramente
independentista y totalitario, basado en una permisividad intolerable por parte
de los primeros a las manifiestamente antidemocráticas e ilegales decisiones de
los segundos; pero la verdad es que desde el inicio, probablemente para tener
la fiesta en paz, los gobernantes del Estado Español colaboraron con la
voracidad competencial de sus homólogos territoriales y fueron escrupulosamente
condescendientes, cuando no cómplices, con sus posteriores veleidades
antidemocráticas, olvidando de alguna forma que la esencia básica del Estado de
Derecho Democrático es el Imperio de la Ley y que, como gobernantes, su
obligación es cumplirla y hacerla cumplir. Hoy, consolidado el infierno
totalitario en Cataluña, toca purgar las culpas a todos los españoles,
incluidos los catalanes, para salir del mismo y reavivar una Democracia
mortecina, lo que requiere precisamente recorrer el camino inverso, es decir,
no seguir cediendo a los chantajes antidemocráticos y restablecer la legalidad
democrática con todas las consecuencias. Más vale tarde que nunca, pues la
aplicación estricta de... (sigue leyendo en
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