La vertiginosa ascensión del fenómeno
Podemos, su transformación en partido político y la proyección positiva que le
dan las encuestas, situándolo como segunda o tercera fuerza política en España
(e incluso como primera fuerza), ha zarandeado de tal forma la tranquila
estrategia alternante del bipartidismo socialista-popular que, hoy por hoy,
apenas se habla de otra cosa en las tertulias políticas, como si el fenómeno
fuera exclusivo de España o como si fuera algo nuevo en la Historia europea. Pero,
al no ser exclusivo de un país, en este caso el nuestro, ni históricamente
novedoso, conviene situar el asunto en sus justos términos para entender la
dimensión del problema y, obviamente, poder afrontarlo. En efecto, aunque no es
cuestión de resignarse con el “mal de muchos, consuelo de tontos”, ni de
infravalorar los riesgos que nacionalismos y populismos (dos caras de la misma
moneda totalitaria) pueden acarrear en el futuro, sino justo de todo lo contrario,
lo cierto es que dichos movimientos, que ya llegaron al mismísimo Parlamento
Europeo en los años ochenta para defender ideas opuestas a la integración y que
antes, en los años treinta, causaron una de las mayores tragedias de la
Historia, preocupan hoy por su ascenso y generalización en toda Europa, convirtiendo
el problema en global, no sólo para la UE sino también para el resto de países
europeos, y, por lo tanto, su tratamiento requiere una respuesta global de las
“democracias liberales” u occidentales, amenazadas conjuntamente. No en vano
fueron los populismos nacionalistas quienes siempre estuvieron en el origen de ... (sigue leyendo en Blog Ojo crítico, http://jcremadesena.blogspot.com.es/,)
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