Muere Fidel Castro a sus
90 años de edad, un controvertido personaje del pasado siglo XX, símbolo del
sueño revolucionario y uno de los grandes protagonistas, para bien o para mal,
del citado siglo, siendo el último combatiente de la Guerra Fría y uno de los
pocos supervivientes del fracasado comunismo. En definitiva, un dictador; para
algunos un tirano que ha sometido a su pueblo a más de medio siglo de opresión,
cuya muerte cierra definitivamente el siglo XX. Muere Fidel, pero, de momento,
no muere el castrismo ya que, desde hace años, dirige Cuba su sucesor y hermano
pequeño, Raúl Castro, cuyo gobierno ha decretado nueve días de luto por la
muerte del indiscutible líder de la revolución cubana y de homenajes al
dictador fallecido. Es lo que tienen las dictaduras, vocación de eternidad, al
extremo de que ya se ha desatado incluso una especie de guerra por la sucesión,
entre el hijo de Raúl, Alejandro, y el vicepresidente Miguel Díaz-Canel. Para
que luego, los defensores de estos regímenes autoritarios y dictatoriales (como
el de Cuba o Corea del Norte, por ejemplo) se llenen la boca arremetiendo
contra modelos monárquicos y democráticos (como Suecia o España, por ejemplo),
que simplemente establecen la sucesión de la Jefatura de Estado pero vacía de
contenido político y relegada casi a la estricta representación del mismo en el
exterior, ajena y neutral a las luchas partidistas de los diferentes partidos
políticos representativos. Fidel deja una isla, cuyo pueblo pide libertad, pero
que queda en manos de su familia, aunque, desaparecido el dictador original,
los cubanos confían en que Raúl reactive las reformas, cuya apertura siempre
estuvo condicionada por la larga sombra que aún con su enfermedad siempre
proyectaba su hermano Fidel, pero dichos cambios ni serán rápidos ni radicales,
al menos de momento, en una Cuba silenciada (hasta las Damas de Blanco
suspenden por vez primera en 13 años su dominical protesta: “no celebramos la
desaparición de nadie”), mientras que los cubanos del exilio lo celebran
jubilosos esperando regresar a una Cuba libre y democrática. El balance del
castrismo es desolador: 7.365 asesinados, 20.000 presos políticos y 2.500.000
cubanos en el exilio. Se dan pues sentimientos encontrados entre La Habana y
Miami, donde se concentra especialmente el anticastrismo, por el final del
dictador cubano, en un momento decisivo para la Democracia cubana y las
relaciones de Cuba con EEUU, cuyo nuevo presidente electo, Donald Trump, lo
despide como “brutal dictador” y asegura que tratará de garantizar la “libertad
de los cubanos”, mientras se impone el raulismo, la versión descafeinada del
castrismo. Nuestro rey emérito Juan Carlos será quien represente a España en el
funeral, mientras Moncloa envía al Secretario de Estado de Cooperación; cabe
recordar que... (sigue leyendo en Blog Mi punto de vista, http://jorgecremades.blogspot.com.es/)
No hay comentarios:
Publicar un comentario