viernes, 27 de marzo de 2020

LA PESTE DEL SIGLO XXI

                        Salvando las distancias bien podríamos concluir que la epidemia del coronavirus para Europa (y para el resto del mundo desarrollado) es lo más parecido a la terrible peste negra (epidemia que asoló el suelo europeo en el siglo XIV, tan solo comparable con la que en los siglos VI-VII asoló el continente en tiempos del Emperador Justiniano), por lo que bien se le podría denominar la peste negra del siglo XXI, aunque esperemos que las actuales mejores condiciones higiénicas, sanitarias, alimentarias y los avances científicos y técnicos no lleguen a los devastadores efectos de aquella maldición que se llevó a una tercera parte de la población europea y, desde entonces, se convirtió en una nefasta acompañante de los europeos hasta que en el siglo XVIII nos flageló con su último brote, aunque jamás con la virulencia de los años 1346-1353 cuando marcó incluso las conciencias y las conductas de las gentes, apuntando a una nueva mentalidad y visión de la existencia humana que, en definitiva, finiquitó la Edad Media para dar paso al Humanismo Renacentista. Por aquellas fechas, al igual que ahora, el hombre convivía con otras enfermedades endémicas que, de vez en cuando, azotaban a la población, como la gripe, la disentería, el sarampión o la lepra, la más temida de todas, pero la virulencia de la peste negra, al igual que la del coronavirus actual, rebasó todas las previsiones del momento. Inesperadamente la pandemia del Covid-19 ha llegado y, como la peste, ha llegado para quedarse durante bastante tiempo con nosotros. Nadie imaginaba que en este idílico mundo desarrollado, dotado de los mejores servicios sanitarios y los mayores avances técnicos, la enfermedad y la muerte saturara la capacidad de curación al extremo de ver hospitales con los enfermos hacinados por los suelos, residencias de ancianos sobrepasadas por la especial virulencia del virus en la población más vulnerable e incluso cadáveres a la espera de ser enterrados o incinerados ante la saturación de los tanatorios. En nuestro “idílico” mundo de progreso pensábamos ingenuamente que tales mortandades y miserias estaban reservadas a los países del “tercer mundo subdesarrollado”, que nosotros estábamos a salvo en este mundo tan desigual e insolidario y que, en todo caso, estábamos dotados, para afrontar fácilmente cualquier contingencia que pudiera modificar el devenir frenético de nuestras cómodas formas de vida. Error inmenso. La pandemia del coronavirus ya ha confinado a un tercio de la humanidad (2.600 millones de personas) pertenecientes en su mayoría a ese idílico mundo desarrollado (ahora nos tocó a nosotros), en el que va dejando millares y millares de enfermos y muertos, sembrando una preocupación generalizada al poner de relieve la vulnerabilidad de la especie humana en su conjunto. Sin lugar a dudas, cuando pase este infierno, en nuestro paraíso deberemos zarandear nuestras conciencias sobre todo aquello que estamos haciendo mal en este injusto y desigual mundo globalizado en el que algunos nos enorgullecemos y presumimos de tenerlo todo (aunque otros no tengan nada) cuando buena parte de ese todo nos sobra y ni siquiera nos sirve para afrontar individualmente (ya sean comarcas, países o continentes) las amenazas a nuestras formas de vivir, ni a nuestras propias vidas, pues la Humanidad o se salva en su conjunto o, definitivamente, no se salva. Que al menos ....... (sigue leyendo en Blog Mi punto de vista, http://jorgecremades.blogspot.com.es/)

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