La guerra declarada
entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para intentar salir indemnes ante la
opinión pública en caso de que finalmente haya que repetirse elecciones llega a
límites inasumibles. Un juego peligroso de listillos para ver quien tuerce el
brazo al otro cuando saben que sin acuerdo no hay investidura y, por tanto, si
no quieren cargar con la irresponsabilidad de una nueva convocatoria electoral,
están condenados a entenderse, sí o sí, por encima del paripé que monten de
cara a la galería. En efecto, tras la consulta trucada de Iglesias a las bases
de Podemos sobre un gobierno de coalición, que gana obviamente con el 70% de
los participantes, Sánchez rompe las negociaciones con el líder podemita de
forma abrupta acusándole públicamente de cosas muy graves (gravísimas, diría
yo), tras haber acertado en su estrategia de situarle como un ambicioso que
sólo busca entrar en el Gobierno de coalición, que Pedro no quiere por nada del
mundo, y, por tanto, de hacerle el responsable, por segunda vez, de abortar un
gobierno “progresista”, cuando en realidad es el principal causante de que
Sánchez sea presidente de Gobierno tras la moción de censura. Así las cosas,
Sánchez, seducido por nuevas elecciones a las que concurriría como víctima e
Iglesias como verdugo, arremete con extrema crudeza contra el líder populista,
a quien califica de “principal escollo” para proseguir las negociaciones y
vapulea a Podemos por exigirle la entrada de su líder en el Gobierno, mientras
se presenta como víctima de la radicalidad y ambición de su socio en la moción
de censura, a quien, por lo visto, descubre ahora como un político antidemocrático,
manifestando “necesito un vicepresidente del Gobierno que defienda la
democracia española, que diga que hay un Estado de Derecho, separación de
poderes, que el poder judicial es independiente del ejecutivo, y que no hay
presos políticos”, “somos dos líderes de dos partidos que divergimos en temas
esenciales para nuestro país, como es la cuestión catalana” y “lo mejor que
podría hacer Iglesias es dar un paso atrás”.
No obstante, Sánchez, como el bueno de la película, ya aceptaba como
ministros a cualquier dirigente de Podemos, excepto a Iglesias, el malo de la
película, mientras éste se disponía a pedir al socialista dar “un paso al lado”
tras el día 25, apelando a su incapacidad para pactar y advirtiéndole de que
“él ha inaugurado los vetos” y que con otro PSOE la investidura se
desbloquearía, mientras el citado 70% de las bases podemitas apoyaba votar “no”
si no hay un Gobierno de coalición. Pero, tras estas primeras reacciones a la
abrupta ruptura por parte de Sánchez, que parecía irreversible, Iglesias
reacciona y pone de nuevo la pelota en el tejado de los socialistas renunciando
personalmente a ser ministro para reactivar la negociación, aunque exigiendo
decidir sus ministros y una cuota proporcional al voto, mientras Sánchez le
advierte de su derecho a nombrar a los ministros de su Ejecutivo y el PSOE
quiere que las conversaciones giren primero sobre el programa. Sin duda, una
nueva dimensión del conflicto, con nuevas demagogias por parte de ambos
contendientes, por la que Iglesias se aparta, alegando “no seré la excusa” del
fracaso, pero obligando a Sánchez a que nombre ministros del “gobierno de
coalición” (pedirá cinco carteras) entre otros dirigentes podemitas, propuestos
por Podemos, lo que, conociendo el panorama, ya apunta a..... (sigue leyendo en Blog Mi punto de vista,
http://jorgecremades.blogspot.com.es/)
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