Dice el Rey Felipe, y
con toda la razón del mundo, que “no es admisible apelar a una supuesta
democracia por encima del Derecho” y, saliendo al paso de los pretextos de
Torra y de los acusados del “procés” para justificar el ilegal 1-O, añade en
pleno juicio sobre el totalitarismo secesionista que “hay que garantizar la
dignidad de la persona por encima de los sentimientos nacionales”, volviendo a
hacer frente, una vez más, a la mentira del separatismo, pues la dignidad de la
persona pasa, entre otras cosas, por no atropellar su libertad mancillando sus
derechos individuales y colectivos que, como tal y como miembro de una sociedad
libre y democrática, tiene reconocidos expresamente, ya que, como dice el Rey,
nuestro Jefe de Estado, y cualquier demócrata convencido, “sin leyes no puede
haber democracia, sino demagogia”, desmontando las soflamas del independentismo
que tanto daño están causando a todos los españoles y muy especialmente a los
catalanes. No en vano al Rey Felipe le acaban de otorgar el Premio Mundial de
la Paz y la Libertad de la Asociación Mundial de Juristas por “el papel
fundamental de la Monarquía parlamentaria española y su inquebrantable compromiso
con el Estado de Derecho”, una especie de premio Nobel de la Justicia que en
sus 55 años de historia sólo han recibido tres personalidades: Churchill,
Mandela y René Cassin, el redactor principal de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos. Y es que la convivencia pacífica y libre entre las personas y
los pueblos sólo cabe dentro del marco democrático constitucional que nos hemos
dado, pues fuera del mismo y al margen de sus procedimientos nos moveríamos,
como hace el secesionismo totalitario unilateral, entre la demagogia (falsas
promesas populares pero difíciles de cumplir y procedimientos similares para
convencer al pueblo y convertirlo en instrumento de la propia ambición
política) y, en el mejor de los casos, la utopía (sistema ideal de gobierno
concibiendo una sociedad perfecta y justa donde todo discurre sin conflictos y
en armonía; es decir, un plan o deseo aparentemente atrayente para la comunidad
pero alejado de la realidad y, por tanto, improbable que suceda o que se realice
en el momento de su formulación); en definitiva, una entelequia (situación
perfecta e ideal que sólo existe en la imaginación), como el anarquista
principio libertario que aboga por el “orden sin autoridad”, lo que no tiene ni
pies ni cabeza al tratarse simplemente de un sueño o una quimera que se
desvanece en el instante de despertar o, en caso contrario, se convierte en
algo muy peligroso al pretender materializarlo de forma unilateral y al margen
de la legalidad democrática establecida. Los totalitarismos visiponarios, ya
sean militares o populares, de extrema izquierda o de extrema derecha,
populistas o nacionalistas, han sido históricamente, y siguen siéndolo, el
cáncer de la libertad, del progreso y de la convivencia pacífica, dejando un
trágico balance de miseria, opresión, barbarie y muerte que jamás debiéramos
olvidar los pueblos libres. Y hoy, más que nunca, la actual España democrática,
experta desgraciadamente en indeseables totalitarismos históricos, necesita..... (sigue leyendo en Blog Mi punto de vista,
http://jorgecremades.blogspot.com.es/).
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