Llega la hora de la
verdad, la encuesta definitiva; los españoles decidimos hoy nuestro futuro
inmediato en las urnas a causa de que, en su momento, un eufórico Pedro Sánchez
(todos los sondeos vaticinaban su vertiginoso ascenso en caso de nuevas
elecciones: una subida de entre 25 y 30 escaños) decidiera romper cualquier
posibilidad de acuerdo gubernamental y diera por finiquitada una breve e inútil
legislatura. En efecto, las encuestas decían que el PSOE era el indiscutible
vencedor y además que mejoraría sustancialmente su precaria situación
gubernamental para poder gobernar en solitario, como era el deseo de Sánchez;
que UPodemos descendería y perdería peso a la hora de exigir con fuerza su
pretendido gobierno de coalición, abortado definitivamente por Sánchez; y que
en la derecha, aunque el PP crecía, Ciudadanos se desplomaba pero Vox subía,
fragmentando así la opción como alternativa global. En definitiva, un idílico
panorama electoral con clara dispersión del voto de derechas y concentración
del voto de izquierdas en torno al PSOE, máxime si Errejón se decidía a dar el
paso para debilitar aún más a UPodemos, lo que dejaría a los populistas sin
argumento alguno para no regalar a Sánchez gratuitamente sus votos e investirle.
Euforia de Sánchez más que justificada, si, además, a tan propicio panorama se
añadía la ventaja de poder utilizar La Moncloa y el BOE en precampaña con fines
electorales (la Junta Electoral hasta tuvo que advertirle de semejante
práctica) y ejecutar la propuesta estrella de Sánchez, la exhumación de Franco,
para exhibirla como un gran logro histórico personal. Sólo faltaba una campaña
electoral breve, que pasara casi desapercibida, con un solo debate televisivo
entre los candidatos, animar un poquito a Errejón y criticar lo justo a Abascal
para que la inercia hiciera el resto y la euforia de Sánchez se constatara en
las urnas. Si además la sentencia de los ERE se postergaba para después de las
elecciones, nada había que temer. Todo perfecto. Pero las urnas las carga el
diablo y, en plena violencia en las calles de Barcelona, los sondeos comienzan
a dibujar un descenso del PSOE y un ascenso del PP y Vox mayor del esperado, al
extremo de que los últimos llegan a acortar la distancia entre socialistas y
populares de forma alarmante para las expectativas del Presidente, que va
mutando su euforia por un cierto nerviosismo, que le lleva a la histeria, y,
para colmo (o a consecuencia de ella), comete finalmente un grave error de
consecuencias imprevisibles, al decir en el debate televisivo que, mientras al
PP se le había escapado Puigdemont, él se encargaría de devolverlo a España,
por lo que toda la oposición le advertía que, en todo caso, sería la Justicia y
no el Ejecutivo quien haría semejante tarea, tal como procede en un Estado de
Derecho si se respeta la imprescindible separación de poderes. Pero Sánchez, no
conforme con semejante metedura de pata y desbordado por su manifiesta egolatría
superlativa, al día siguiente persiste en su error al insinuar en una
entrevista televisiva que al final la Fiscalía depende del Gobierno, provocando
un lógico estupor en los fiscales por sugerir que “dependen” de él y una cierta
preocupación ya que sus insensatas declaraciones pueden ser usadas incluso por
Puigdemont para evitar el cumplimiento de la euroorden con el pretexto de que
en España no hay separación de poderes y, por tanto, que la Justicia no es
imparcial. No en vano, mientras lamentan...... (sigue leyendo en Blog Mi punto de vista,
http://jorgecremades.blogspot.com.es/).
No hay comentarios:
Publicar un comentario